Qué pendejo, digo en voz baja, mientras el jefe intenta explicarnos el por qué del recorte laboral de éste año; todos los años es la misma tontería, uno debe escribir el por qué piensa que es necesario para la empresa en la que es explotado todos los días como si fuera un burro de carga. Para mi sorpresa, no lo dije tan bajo como pensaba y escucho una risa al lado mío, intentando disimular su empatía pero entendiendo exactamente a lo que me refiero: el jefe es un pendejo y no hay nada más que agregar. Volteo levemente la cabeza y mis ojos encuentran la silueta roja de un pelo lacio sacudiéndose suavemente, como cuando uno desaprueba sus propias reacciones. La curiosidad me gana, descaradamente volteo hacia mi costado izquierdo y me encuentro precisamente con una cabellera lacia, pelirroja y lo suficientemente larga como para ejecutar aquél magnífico truco femenino para calentarnos hasta las pestañas, y para mi sorpresa, lo hace: sube su mano tomando un mechón de pelo que pareciera ser estorboso para posarlo finalmente detrás de la oreja, sólo para dejar ver un cuello finísimo y níveo. La junta ha terminado y se nos excusa para ir a comer.
Al regresar del lunch regreso a mi cubículo adornado con ausencia, enciendo mi computadora y tecleo mi contraseña mientras busco mi taza de café y la llevo a mi boca. Descubrí los placeres del café cuando me prohibieron fumar dentro de la oficina, discriminación la llamo yo, salud le llaman ellos, mis huevos para todos. Intento adornar un poco mi texto, como todos los años, para que se den cuenta de que si no soy bueno desempeñando mi trabajo, por lo menos soy un excelente mentiroso, y todos quieren uno de esos trabajando para ellos. Llevo 15 años en esta empresa, y 8 escribiendo mi cuasi-ensayo acerca de cómo mis robóticos hábitos benefician una trasnacional que no requiere trabajadores humanos sino simios que sepan redactar una carta y comer galletitas y café todo el día. "No estoy casado ni tengo hijos, por lo tanto mi puntualidad y asistencia están perfectamente aseguradas (…) No lleno de fotos mi escritorio ni cubículo, cosas que sólo distraerían atención de mi trabajo (…) No vengo a socializar, mi desempeño aquí es meramente profesional. Me encanta trabajar aquí"
Después de caminar un buen rato a lo largo del estacionamiento para llegar a mi coche, el cuerpo se me eriza pero disimulo y sigo caminando, es la pelirroja de la mañana subiéndose a su coche, justo al lado del mío; hago lo propio y doy vuelta a la llave, pero hay algo diferente aquí, siento un impulso grandísimo por saber quién es ella, quiero saberlo todo y la sigo. Llegamos a un restaurante en Polanco, ella deja su coche con el valet y entra; yo hago lo mismo. Paso a sentarme en un cubículo solo, mientras la observo sentarse junto a un tipo de cabello ya canoso que me parece familiar; no puedo verlo bien, pues me da la espalda. Ella sonríe y ríe con una belleza celestial, se recoge el pelo una y otra vez, como sabiendo que estoy aquí, lo hace sólo para mí. Me platica todo sobre ella, mientras me dice que estamos hechos el uno para el otro, que me necesita. Yo sólo pido y pido tazas de café mientras observo sus reacciones, estamos bailando juntos ella y yo, bailando al compás del destino. Interrumpe nuestro pequeño juego para levantarse de la mesa mientras el gerente del restaurante la ayuda con su abrigo, se está yendo, me está dejando. Por fin me di cuenta de quién la acompañaba, aquél que interrumpía nuestra conversación, era el pendejo de mi jefe. Ellos dos se van y yo me quedo tomando a poco mi café, pensando en ella, en lo que me dijo sin hablar. Siento un golpeteo en mi espalda, es el garrotero que me trae la cuenta, una de esas cosas que te dicen "ya vete de aquí". A la chingada me voy.
A la mañana siguiente regreso al trabajo para encontrarme con el acostumbrado sobre amarillo posado encima del teclado de mi computadora. Es la novena vez que sucede, ya hasta tengo mi rutina, cuelgo mi saco en el perchero, voy a la sala de café para llenar mi taza, regreso a mi silla, tomo asiento y bebo mi café pensando en lo que podría decir la carta que todos en la oficina temen. Abro el sobre y leo las mismas palabras de siempre: "Señor Martínez, tomando en consideración su antigüedad en la empresa y sus palabras, la Dirección ha tomado la decisión de dejarlo ir, por favor pase a la oficina de recursos humanos a tramitar su liquidación". Me toma un tiempo releer la carta, es como una cubetada de agua fría, la empresa a la que le renté mi tiempo y dedicación, el jefe al que le hice su trabajo en tantas ocasiones, todos ellos decidieron sin más ni más que yo no soy necesario aquí, decidieron que para mí ya no es necesario vivir ni comer, por lo cual lo más prudente es privarme de un ingreso quincenal, de repente yo ya no soy humano. Tomo mi saco, dejo mi taza y camino hacia recursos humanos; hay una larga fila, la fila que durante 8 años miré de lejos mientras me decía a mi mismo "eso es, desháganse de los zánganos". Llega mi turno, digo mi nombre y entrego mi gafete, a cambio me regresan un "gracias por trabajar con nosotros, con este talón su podrá recoger su cheque el próximo lunes". Necesito salir de aquí. Voy a mi auto, entro en él, prendo el radio y echo el asiento para atrás, veo fijamente el techo… he tomado una decisión.
A la mañana siguiente me di un baño y salí a desayunar al cafecito de en frente, compré el periódico y me dispuse a buscar un nuevo trabajo, por supuesto que encontré pura mierda. Capturistas, secretarias bilingües, todos ganando un poco menos que los puestos para ingenieros y gerentes. Qué pinche país, con todas las posibilidades que hay para crecer, se empeñan a dejarlo a uno nadando en mierda, mientras se traen extranjeros a desempeñar trabajos remunerados en cientos de miles de pesos, cantidad que bien podrían recibir quedándose en sus países primermundistas. Pero ya basta de chillar y quejarse, aquí me tocó crecer y vivir y lo único que estoy haciendo es amargarme mi café y el día.
Tomo la decisión de ir al cine, un placer del cual me privé mucho tiempo porque después de un día de mierda en la oficina, me costaba trabajo concentrarme en divertirme. ¿Veré acaso la nueva de Harry Potter? Qué tal una de acción, o una de esas cursilerías románticas. Me acerco a la taquilla y pregunto a la cajera su recomendación para hoy, me pregunta mis gustos y se los comunico, se ríe y me dice que sea más específico hacia algún género cinematográfico, "que no me cueste trabajo divertirme" pedí, y me sugirió precisamente ver Harry Potter; pagué mi boleto y entré a la sala, sólo para salirme a la media hora con mal genio, al enterarme por fin de lo que eran esas pinches peliculitas; me esperaba algún toque de genialidad, después de saber que los libros vendían millones de copias y las películas recaudaban su inversión en 3 fines de semana; llegué a la conclusión de que a la gente le gusta verdadera y honestamente comprar mierda. Compro una dona de 30 pesos a la salida y me doy una vuelta por las tiendas; veo una juventud despreocupada, inmersa en parecerse a Roberta y a Mía y usando a diestra y siniestra la tarjeta de papi. Niñas de 14 años vestidas como si fueran prostitutas buscando clientela, pretendiendo que les gusta que los señores que pasan les vean el escote porque se sienten deseadas, niñas que a la larga serán madres jóvenes, no por tener una moral baja sino por no ser lo suficientemente maduras para llevar una vida sexual responsable. Veo un México que parece provincia gringa y me entristece, me enoja, me frustra y hace que mi corazón se sienta como un chicle masticado. Mejor me voy a dormir.
Ya es domingo y no tengo nada qué hacer, enciendo el radio en Universal y me quedo en calzones escuchando los éxitos de siempre. Saco el periódico y me dispongo a leer los artículos, pero todos dicen lo mismo: fulano de tal se robó tanta lana en su gobierno, los hijos de fulanito de tal tienen nexos con el narco, grupo de amigos borrachos se estrellan en su coche en avenida tal, muerto a cuchilladas, muerto a balazos, muerto estrangulado, muerto dormido, médico practica eutanasia, colonia demanda a las autoridades que terminen con el mal olor que sale de sus coladeras provocado por una fuga, muerto en incendio, muerta en Juárez, muertos muertos muertos, todos muertos, y a los vivos les vale una reverenda chingada. Uno intenta cambiar las cosas para toparse con gente ignorante que piensa que México nunca va a cambiar, gente que le tira mierda al gobierno desde lejos y agacha la cabeza cuando puede hacer una diferencia. "Pinches culeros, a cada rato hacen marchas y marchas y sólo afectan a la gente honesta que va a trabajar" Miles de veces he escuchado palabras parecidas; pinches culeros, digo yo, los del gobierno que ignoran a la gente y la empujan a manifestarse, pues no pueden arreglar las cosas de otra manera; mierda tener que detener el tráfico para que te escuchen. Tomo el teléfono y pido una pizza, casi una hora más tarde llega mi comida; al abrir la puerta, el repartidor hace una mueca de disgusto por mi apariencia, viendo su reacción río y digo "pinche gobierno", su semblante cambia a uno de empatía y me sonríe, "sí, pinche gobierno, son 150 pesos". Los Beatles suenan al fondo cuando doy la última mordida a mi comida, ya quiero que sea lunes.
Por la noche me acuesto en el sillón pensando en lo que haré al siguiente día: Me levantaré, me daré un baño, bajaré al cafecito de enfrente y pediré un café express y una orden de churros, terminaré de comer, pagaré la estratosférica cuenta de 36.50 y le dejaré una propina de 5 pesos a la mesera de falda corta y ampollas en los tobillos. Me subiré a mi coche y manejaré hasta la oficina, intentarán limpiarme el parabrisas alrededor de 7 veces, y 7 veces les diré que no, pero lo harán de todas maneras, a todos les daré cincuenta centavos por ensuciarme el parabrisas con jabón. Estacionaré el coche a una distancia aproximada de 500 metros de la oficina, caminaré con esfuerzo y me rascaré los ojos que me arderán por el polvo y el smog en el aire. Le indicaré a la recepcionista que voy a recursos humanos por mi cheque y me darán un gafete con el número 6, el piso a donde me dirijo. Tomaré el elevador y me encontraré a la pelirroja que no ha podido salir de mi cabeza, me sonreirá y me recordará como aquella persona que la hizo reír en una junta que hablaba de gente a punto de ser despedida. Se presentará y me dirá su nombre, le daré el mío y le insinuaré que me gustaría salir con ella si fuera posible, ella sonreirá y me indicará que ahí se baja y que nos estaremos viendo por ahí, yo sonreiré y le diré "adiós, guapa". Bajaré en el piso 6, me formaré en una cola gigante y entregaré el talón que previamente me dieron, a cambio recibiré un cheque que debe compensar mi tiempo perdido y estrés ganado durante mi labor en aquella empresa, la cajera me sonreirá y me dirá "gracias por trabajar con nosotros". Daré la media vuelta y escucharé la voz de mi jefe diciendo: "Buenos días Mr. Martínez" a lo que contestaré "Chingue usted a su gringa y puta madre Sr. Maikols, regrese a su pinche país y deje al mío en paz", sonreiré y me iré de ahí, siendo libre de hacer lo que quiera.
Llegaré a mi departamento, colgaré mis llaves, depositaré mi ropa sucia en el bote y encenderé mi estéreo para escuchar algo de música, cosa que me recordará mi juventud y a mis amigos. Recordaré las mil y un aventuras que prometimos realizar juntos, como un viaje de mochilazo por toda la República, una vuelta viciosa a Cuba, comer peyote en Real de Catorce… Me pegará la nostalgia y unas cuantas lágrimas escaparán de mis ojos, recordaré las cosas que nunca hice, las palabras que nunca dije y las oportunidades que dejé pasar a lo largo de mi vida, y me diré "el futuro prometedor que alguna vez pensé en tener se confundió y se volvió borroso hasta convertirse en un cubículo frío y un trabajo sin futuro. De todos los pensamientos que en mi juventud cruzaron mi mente, si hubiera tenido una lista de futuros más improbables para mí, mi situación actual encabezaría la lista.
Seguí viviendo y seguí cambiando hasta que no me preocuparon más las decisiones que tomaba, lo más curioso es que en esencia sigo siendo la misma persona, y como tal, tengo la posibilidad de buscar ese destino que en mi juventud añoraba". Después tomaré el revólver que me regaló mi papá y le daré el mejor uso posible… Y cuando despierte, ya no estaré en México, ni existirá el Sr. Michaels, ni habré desperdiciado mi tiempo en aquella trasnacional, ni tendré que buscar trabajo, no leeré acerca de las muertas de Juárez ni sabré a cuántos niños violó un cura… simplemente estaré en casa.
lunes, 11 de mayo de 2009
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